Celsa Barja

Celsa Barja

Vanitas vanitatum...

  No tuve cuentos que echar de menos y descubrí que los sapos se besaban muy tarde... Y es que mientras ellas soñaban con Príncipes Azules, yo adoptaba al bicho de Kafka, al que no quiere nadie. Conocí a una Penélope que cosía ausencias en telas de araña, quizá para embellecer el vacío de saber que su amado no podría ya nunca zafarse de su viaje... Y comprendí, acaso muy pronto, que las palabras son pepitas de oro en el cofre del aire.
  Enhebré enredaderas para coser mis sueños a los zapatos, a las mangas, al dobladillo del alma y de sus hipotéticos pesares. Acaricié el corazón amarillo de las margaritas silvestres, ponderando los pétalos de sus inciertas ansiedades. Hasta perdí jugando la lista de los miedos en las cunetas de los prejuicios respetables, siempre respetables... Nadé en la laxitud de mi destino, confiando (bendita inocencia) en la fuerza y el triunfo de mis naipes.
  No robé, no mentí, no maté... mas fui incinerada muy joven por no ser sirena del fraude. Me volvieron ceniza, así pude madurar en silencio  el bramido de la semilla del abolengo de mi sangre. Y esperé y esperé y esperé... la compasión de una lágrima que rescatara el fuego de mi plumaje. Aprendí a incrustarme a la vida, a su frente, a su pecho, a sus ingles, a la música inminente que somos, aunque lo ignoremos, en la frugalidad de la carne.
  Desde entonces vago entre grafemas, con este hatillo en el que llevo desdobladas las sonrisas de un violín, los besos en blanco y negro de las notas de un piano, un puñado de mimos que le pedí prestados a la lluvia, y este almanaque arrugado sin ayer y sin mañana. Voy donando la cuenta corriente de mis versos, elegante con mis fantasías remendadas, con un lápiz en un bolsillo, un sacapuntas en otro, cascabeles en las pestañas y un óbolo para la ilusión. ¡¡Vanidad de vanidades!! Solo tengo para ofrecerte este albergue inconformista sin llaves en la imaginación.

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