Humberto Viñas |
En la frontera de las sombras está de réquiem la sonrisa y la soledad, velándola, va libando la esperanza... Dicen que la decepción fue la asesina.
Un beso grita y su voz azota el insomnio de las entrañas. Cuánta tarde gris en el rito de inventar vuelos plañideros que roncan acompañando a las palabras. Palabras... Bajo a su sótano, a desgajar las humedades que a duras penas consigue disimular mi fachada. Con el aguijón más venenoso de una tilde tatúo mi nombre, para borrar las marcas que quieren profanar la cara interna de mi piel blanca.
Cierro las ventanas de todos mis versos. Oscuridad. Duele inclinarse sobre los pliegues disfónicos, covarse a uno mismo y mirarse a la cara.. Duele sentir en el bolsillo del pecho como agoniza un sueño porque se han apagado los leños de sus madrugadas... Aunque duele más armarse de valor, agacharse y recoger del suelo lo que queda del alma.
La desazón es un enjambre de dedos que derrama licor por la garganta. Atraviesa, entierra, clava sal entre mi vientre y el tuétano de mi confianza. Me abrazo a mi desnudez. Presiento que se aproxima el mohín del despertar con su ridícula metáfora. Continuará lagrimeando su jugo la vida y habré de ser alquimista de su holograma. Otra vez las ojeras dialogarán y puede que hasta horneen el pan de la caricia con el que alimentar los charcos soñando a ser mar bajo un paraguas. Continuaré, deshaciéndome en mi propia boca, aunque le gaste las suelas a la palabra... En el orfanato del silencio siempre hay plato y cama para los latidos sin hogar de la nostalgia.
©Celsa Barja
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