Bach y su "Air" |
Bach sabe
del compás que dibuja en la piel la elipse, y del círculo quebrado que
equivoca los puntos cardinales de dos mundos. Sopla estrellas errantes
para que jueguen a esconderse entre los pliegues y las arrugas de la
melodía en la que hierve la carne. Su música es cuerpo inasible en el
que se desvela la más íntima semántica. Es la página pautada en la que esbozar la caricia en ilimitadas escalas. Bach es el susurro de la rosa
en la comisura de los labios que, sujetando su tallo, la declaman. Demora
un silencio cuando anochece el solfeo ante la puerta de su enclave.
Lo
arrebatado, lo imperecedero, lo soñado..., todo se vuelve cortejo de
dedos desdeñando el follaje del tiempo. Él sabe conquistar la fuga y
retenerla dando forma al sentimiento. Es intelecto arriando latidos y
pulso mental en la copa rebosante de la belleza emborrachadora de la
sangre, que escucha y se deja llevar hasta nacer y morir en matices,
como cuna y ataúd en concierto... Una orquesta peina lo que oímos pero
nadie acicala su espíritu componiendo. En un sueño refinado nos
transporta a su alma para mirarla de frente con los ojos sinceros,
ciegos. Las notas se visten de su sombra musical para guiarnos con sus
pasos, para llorar las dactilares fantasías de un muerto.
Una suite nos
envuelve con su aliento de aire y la heráldica de un escalofrío jura la
emoción tras los párpados y sobre los labios. En el pecho se despliega
la flor sentidora con su polen de abismos y cerramos los ojos, no sin
cierto desamparo ante la perfección de sus pétalos, como extranjeros
ensortijados en un nido de vapor que nos empapa, de nuca a tobillos,
sacudiendo sus estambres en velados requiebros...
Fluye Bach para que
bebamos su sed escanciando un éter insepulto y el pasado se corone en el
umbral de lo eterno. Cuánta entelequia, Johann Sebastian,
cuánta entelequia habrá urdido la Vía Láctea de tu silencio, para
convertirse en un Sol pariendo luz en el cuenco sonoro de tu recuerdo.
©Celsa Barja
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